El queso está en todas partes: en tostadas, pizzas, tablas de picoteo y hasta postres. Pero… ¿alguna vez te has preguntado qué es realmente el queso y cómo se hace?
La respuesta corta: el queso es leche fermentada. La respuesta larga… ¡es una historia deliciosa que vale la pena conocer!
Todo empieza con leche
Para hacer queso, se necesita leche. Puede ser de vaca, cabra, oveja o búfala. Esa leche contiene:
- Grasa
- Proteínas
- Azúcar (lactosa)
Lo que haremos es separar las partes sólidas de la leche (que se convertirán en queso) del líquido (el suero). Y eso lo logramos gracias a la fermentación.
¿Qué es fermentar?
Fermentar significa dejar que bacterias buenas (que añadimos a propósito) trabajen en la leche. Estas bacterias se comen la lactosa y producen ácido láctico, lo que cambia la textura y el sabor.
A veces también se usa cuajo, que es una enzima que ayuda a que la leche se “corte” y forme grumos: eso se llama cuajada. Luego se separa el líquido, y listo: ¡ya tenemos queso en camino!
¿Y después qué?
Según el tipo de queso que queramos, se pueden hacer muchas cosas:
- Escurrir más o menos la cuajada
- Prensar o no prensar
- Agregar sal
- Dejarlo madurar (esto es lo que hace que el queso cambie de sabor con el tiempo)
Por eso existen tantos tipos: desde quesos frescos como el queso crema, hasta curados como el manchego o fuertes como el roquefort.
¿Es el queso un fermento?
¡Sí! Igual que el yogur, el kéfir o la kombucha, el queso nace gracias a la acción de microbios buenos que transforman un alimento en otro. En este caso, la leche se convierte en algo más sabroso, más duradero y más interesante.
En resumen…
El queso es el resultado de fermentar y transformar la leche con bacterias, cuajo y paciencia. Y lo mejor de todo es que, con pocos ingredientes, se pueden hacer quesos deliciosos también en casa.